sábado, 2 de abril de 2011

Renovatio

-Toc, toc.
-¿Quién es?
-Soy yo, que vuelvo otra vez.

Así es, aquí estamos de nuevo para tocar las narices un rato. Me siento demasiado desplazada de la vida cibernética -y no sé si eso es buena señal o no-, incluso me siento atrasada con respecto a los demás. Pero eso va a acabarse; estoy segura de que se puede encontrar un hueco para todo. Creo que ya avisé en mi primera publicación de que no soy una persona demasiado consecuente y que suelo dejar de lado practicamente todo lo que empiezo. Pero esta vez, para consuelo de los pocos que aún me siguen, no voy a empezar de cero. Seguiremos con LP2.0 hasta que me de la deria -aunque ya me he dado cuenta de que me arrepiento de dejar de lado todo lo que empiezo-.

La cosa es que lo he pensado mucho. Actualmente no me siento muy a gusto con mi vida, y creo recordar un tiempo feliz atrás en el tiempo, donde todo lo malo se quedaba escrito en un rincón cibernético. Quiero recuperar eso. Así que vuelven las pequeñas paranoyas, y las no tan pequeñas :3

lunes, 29 de noviembre de 2010

Ben X

Hoy no podía irme a dormir sin hacer un par de cosas. La primera, reencontrarme con mi pasado, está lista. Ahora viene la siguiente: Hablar sobre Ben X.

Últimamente encuentro más bien pocas películas que me hagan exclamar ¡Por Pochi! ¡Qué pasada! Ésta lo ha conseguido. También hacía tiempo que ninguna película me hiciera sentir que el estómago se me había subido, no a la garganta, si no casi hasta el cerebro.

La verdad, me daba un poco de miedo verla, ya que me habían hablado demasiado de la película, pero...  No me ha decepcionado; para nada. Al contrario, me ha parecido sublime. Al principio tal vez un tanto lenta y angustiosa, pero no tarda mucho en empezar lo bueno.


Ben X; uno de los carteles

Ficha técnica (de La Butaca)
Dirección y guión: Nic Balthazar.
Países: Bélgica y Holanda.
Año: 2007.
Duración: 90 min.
Género: Drama.
Interpretación: Greg Timmermans (Ben), Marijke Pinoy (madre de Ben), Laura Verlinden (Scarlite), Pol Goossen (padre de Ben), Titus De Voogdt (Bogaert), Maarten Claeyssens (Desmet), Gilles De Schryver (Coppola), Peter De Graef (psiquiatra), An Van Gijsegem (Maaike), Tania Van Der Sanden (Sabine).
Producción: Peter Bouckaert y Erwin Provoost.
Música: Praga Khan.
Fotografía: Lou Berghmans.
Montaje: Philippe Ravoet.
Diseño de producción: Kurt Loyens.
Vestuario: Heleen Heintjes.
Estreno en Bélgica: 26 Septiembre 2007.
Estreno en España: 27 Marzo 2009.

En vez de colocar una sinopsis también copiada de internerd, lo que me parece un tanto tonto, voy a pasar directamente a la parte en la que digo lo muchísimo que me ha gustado la película y por qué.

Bien. Ben X nos cuenta la historia de Ben, un joven con un problema mental que, durante la película podemos identificar como autismo. El chico siempre ha tenido problemas por culpa de su enfermedad; sus padres decidieron mantener su educación en una escuela pública en vez de una especial y todos los niños se metían con él y le hacían pasar muy malos ratos por que, simplemente, era diferente.

Ante tal sufrimiento, Ben recurre a lo que muchos recurrimos cuando nuestras vidas no nos parecen estar de acuerdo con nuestras espectativas: empieza a jugar a un videojuego online tipo MMORPG (como el bien famoso WoW o similares, para que os hagáis una idea). ¿Qué importancia tiene esto? Que cuando juega a dicho videojuego, deja de ser Ben, el chico autista que ni si quiera es capaz de hablar y pasa a ser Ben X, un poderoso caballero de nivel 80, respetado en todo el cibermundo y acompañado siempre por su fiel curandera Scarlite.

Hasta aquí, todo bien. Más o menos, claro. Esta sería la parte que sí, me gustó, pero... No sé, me pareció muy lenta, o no sé, tal vez era por que esperaba que empezase algo mejor. Y lo hizo. Y tanto que lo hizo. Unos compañeros de clase -típicos burros que hay en los institutos de secundaria- empiezan a hacerle la vida realmente imposible a Ben. Tanto, tantísimo, que se le llegan a pasar por la cabeza ideas realmente... Escalofriantes.

A partir de aquí no contaré qué es lo que pasa en la película, pues sería un rollazo para todos los que no la hayan visto, pero sí diré qué me pareció el argumento. Y, dicho en claro, me parece que es una PASADA. La historia está narrada de tal manera que eres capaz de sentir una rabia inusitada hacia aquellos energúmenos que le hacen la vida imposible a Ben, el cariño y la compasión hacia el protagonista, la desesperación de querer ayudarle pero... Ya sabéis, es un poco imposible.

Lo mejor empieza con un mensaje de móvil que le llega al chico y que es el principio del fin, el inicio del apoteósico final. Los últimos treinta minutos de film -aprox.- son un incesante revuelo de emociones y de falsas esperanzas. Al menos yo, que cuando una película me cala hondo no puedo parar de hacerme ideas de qué es lo que ocurrirá, no paraba de pegarme de bruces contra el argumento. Por que, realmente, nunca llega a suceder lo que esperas que pase.

La película despertó en mí tantos sentimientos, tantas cosas que... Se me pone la piel de gallina con sólo recordarlo. Y el final. Dios, el final. En serio. Es una de esas películas que no puedes decir: y al final pasa que... Por que no. Por que no hay manera humana de predecir ese final. O tal vez sí, pero como yo no soy humana, pues no se me pasaría ni por asomo pensar en algo como eso. 

Pues bien, aquí lo dejo. Señores lectores, si aún no han disfrutado de esta maravilla del cine belgico-holandés, hacedlo. Merece realmente la pena.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Dante Dallebra

Sentado en la taberna, al fondo, se encuentra un joven con mirada ausente, altiva. Su rostro está marcado por pequeñas cicatrices; su cabello cae laciamente sobre sus hombros. El sombrero descansa sobre la mesa junto a una jarra de cerveza fría a medio vaciar. Nos acercamos a él, que dándose cuenta de nuestra presencia, ladea la cabeza con tal de mirarnos.

-¿Mi historia? ¿Para qué querríais saberla?

 

Alguna moza de la barra empieza a reír estrepitosamente, fruto del alcohol que hay en sus venas.

-Vosotros, sí vosotros –ladra, señalándonos a nosotros-. No malgastéis tiempo en hablar con Dante. Prácticamente todo cuanto dice no es más que pura palabrería.

 

Las manos de la mujer no encuentran sitio al que agarrarse y cae al suelo. El tabernero, dejando ir alguna que otra palabra mal sonante, la recoge y la lleva a una sala tras una cortina. Es entonces cuando Dante empieza a negar con la cabeza. Apura su jarra de cerveza en apenas un trago, coloca el sombrero sobre su cabeza y, con un ligero movimiento de cabeza, nos pide que le sigamos.

 

Conducidos hasta el muelle del puerto observamos el devenir de las olas. Las últimas gaviotas despistadas vuelan hacia sus refugios para pasar la noche. Nos sentamos sobre unas cajas, mirando al océano, sin saber si decir algo más o no.

 

-Mi historia… Puede que os cuente la verdad. O puede que no. En vuestra mano está creerme o condenar mi lengua.

Cierra los ojos unos momentos y, fijando los ojos en el lejano horizonte, Dante comienza a hablar.

 

»Mi historia empieza en una pequeña casa de la aldea de Ascea, Vodacce. Nací en aquella casa, gracias al colosal esfuerzo de mi madre. No conozco mucho esa parte de mi vida; sólo sé que mi padre nunca estaba en casa y era ella quien cuidaba de mí. Aquella situación duró siete años. En 1654 mi padre apareció en casa. Me hizo tomar un par de pertenencias y me arrastró con él a alta mar. En el fondo, le estoy enormemente agradecido.

 

Hasta ese momento mi vida se había reducido a estudiar algo que no me interesaba, vivir una vida que no me motivaba, creer en un dios que no me cuidaba. Pero el mar, la vida de la libertad, me hizo ver que había más mundos, más vidas. Y alguno de ellos sería el adecuado para mí.

 

De mi pasado me llevé la sonrisa de mi madre, un fuerte sentimiento de represión sobre mí mismo que tenía que explosionar en algún momento y un buen amigo, Giula Fontelle, al que encontré años más tarde en tierras castellanas. En el fondo, no hay muchos más recuerdos destacables antes de mi viaje con mi padre.

 

Pero ahí estaba; apenas un niño y ya me dedicaba a subir por las cuerdas, colocar velas, limpiar la cubierta. Pasé a ser el vigía. Era una posición que me agradaba tremendamente. Desde ahí arriba era capaz de visionar todo el océano, su inmensidad, su fusión con el cielo. Y, por supuesto, era el primero en enterarme de todo.

 

Pasé once años con la tripulación de mi padre. Nunca fue algo muy bien montado. Unos entraban, otros salían; el capitán y nosotros dos fuimos los únicos que jamás abandonamos el barco. Pero, ¿era aquello realmente la libertad que andaba buscando? No, claro que no; mi libertad era presa de una rutina a la que no estaba dispuesto a someterme. Sintiéndome capaz de subsistir por mi cuenta, abandoné aquél barco que tanto me había enseñado y partí en busca de propias aventuras.

 

Siendo mi capital bastante bajo, me limité a unirme a otras embarcaciones con otros destinos. No buscaba nada en especial, simplemente sentirme libre, capaz de decidir por mí mismo, tomar mis propios valores. Pasé de ser el niño del barco a ser una de esas almas que entran y salen del navío como quien cambia de posada cada noche.

 

Todo cambió la mañana que atracamos en tierras castellanas. Encontrábame en el pueblo de Onís. Paseé por la ciudad buscando alguna posada en la que pasar la noche –y, para qué negarlo, tal vez algún tipo de compañía femenina…-, cuando una pequeña niña topó conmigo.

 

Tenía la carita algo sucia, unos ojos marrones profundos y un osito de peluche algo deshilachado. Seguramente, si no fuera por ese insignificante objeto, no me hubiera percatado. Pero aquello me hizo examinarla con mayor intensidad. Tenía sus ojos. La forma de su rostro, la nariz… Estaba claro que por aquella niña corría la sangre de Giula.

 

Asombrado por el gran parecido de la niña con mi viejo amigo al que hacía tantísimos años que no veía, me hizo acercarme a la pequeña. Ésta se asustó, puesto que empezó a llorar llamando a su padre que, efectivamente, era él; con muchos años de más, la madurez palpable en su rostro y, sobretodo, me fijé en el puño cargado que se dirigía directamente hacia mi cara.

 

Tras una pequeña pelea, conseguí que me reconociera. ¿Veis esta cicatriz? Fruto de aquél momento. Maldito Giula… A pesar de haber pasado el tiempo, seguía ganándome en fuerza física. Aquella noche me invitó a su hogar. Era un lugar pequeño, lleno de niños de mayor o menor edad y tamaño, todos con sus ojos. A quien no vi fue a su mujer.

 

Cuando todos los niños estuvieron dormidos, sacó una vieja botella de ron y nos sentamos a la mesa. Le conté mi historia, tal y como hago ahora con vosotros. Él me contó la suya. Tal y como me pasara a mí, no soportó la vida de Ascea. Huyó del poblado buscando la libertad del mar y encontró la felicidad del amor y la familia. Sus viajes fueron siempre cortos desde que conoció a Marianne; siempre volvía a Onís para verla.

 

No tardaron en casarse y empezar a tener hijos. Pero no todo podía ser un cuento de hadas; lo cierto es que un grupo de piratas mercenarios se pusieron al tanto de la fortuna de Giula –que resultó ser uno de los mejores herreros del país-. Pero mi amigo ya había asegurado su fortuna; así que los saqueadores se llevaron el segundo tesoro de Giula: Marianne.

 

Se echó a llorar. Y ver así a alguien que fuera tan importante para mí me destrozó por dentro. Es cierto, podría haberme limitado a consolarle. Pero eso no va conmigo. Así que al día siguiente cambié de embarcación y puse rumbo en busca de los tipos que secuestraron a Marianne. Mirad, ésta es»

 

Dante rebusca entre sus bolsillos y nos muestra el retrato de una mujer de unos 25 años, de cabello oscuro. Rasgos finos, cuello largo, boca pequeñita… Es una mujer bastante bella, aunque se le notan el esfuerzo y la pobreza. Nos muestra también un par de carteles de “Se Busca” con los nombres de los mercenarios que la secuestraron.

 

Uno de ellos es un hombre delgado, de nariz aguileña, con gafas redondeadas y una larga coleta de pelo enmarañado. Viste una camisa abierta, dejando ver un cuerpo escuálido y marcado por tatuajes. El nombre que reza sobre el precio es Henro Fret.

 

El otro, con un precio algo menor, es un hombre corpulento, con las orejas perforadas, algún que otro hueco vacío en la dentadura y una espesa barba. No tiene pelo en la cabellera, aunque esto se ve compensado por el exceso de vello en el resto de su cuerpo. Viste con una camisa que deja al descubierto sus musculosos brazos, hinchados.

 

»Y ya veis. Este par de tipos son los causantes de la desgracia de mi amigo. Sí, les persigo. Es como una meta para mí. Tal vez lo haga realmente por compasión, por simpatía o por cariño hacia Giula. O tal vez, simplemente, quiero demostrarme a mí mismo que soy capaz de conseguirlo.»

 

Y tras decir esto, Dante nos hace una pequeña reverencia con su sombrero y se marcha por donde ha venido.

 

Aunque le hayamos perdido de vista, el joven pirata prosigue su camino hasta la taberna donde nos lo encontramos. La moza que anteriormente se desmayó vuelve a estar en óptimas condiciones y se le acerca con una mirada realmente lasciva. Sin contemplaciones, pasea sus manos por el pecho de Dante mientras repasa sus labios con la lengua.

-No, Clotilde. No quiero nada de ti –murmura, ensombrecido, el pirata.

 

Algo ha cambiado en su mirada desde el momento en que le encontramos en la taberna horas antes. Parece apenado, y sin decir nada a nadie más, sube a su pequeña habitación. Se estira sobre la cama, mirando el sucio techo, con un único pensamiento en la mente. Anabelle, la joven hija del conde de Nervel, ciudad de Avalon.

 

Dante viajó a aquellas tierras tiempo atrás y su corazón quiso quedarse allí, con la joven condesa. Desde entonces no mira  a ninguna otra como cuando la miró a ella, ni su corazón se acelera al sentir el olor de las damas. Pero, a la vez, comprende que es un amor imposible, pues ella es prácticamente una noble, y él no es más que un sucio pirata. 

martes, 2 de noviembre de 2010

La vida del bardo

Hace varios años, aunque una nimiedad si hablamos en términos gnómicos, en la pequeña aldea de Panem una pareja de enamorados vivieron una tragedia propia de las novelas románticas del diecinueve. Lite Corde, un apuesto gnomo, fue desterrado de aquellas tierras acusado de alta traición injustamente a causa de los ardides malévolos del señor Bonpantura. Éste aprovechó la oportunidad, casándose con la que fuera prometida de Lite: Shameil. A pesar de ser una idea que no agradaba para nada a la mujer, aceptó la oferta, pues se encontraba encinta y no se veía capaz de mantener por sí sola a una criatura.

Unos meses más tarde nació la primera de sus hijas; una gnoma preciosa, igualita a Lite, a la que llamó Deothriel. Fue la primera de cinco hermanos: Henrimel, Grentiel, Purigan y la pequeña Cassend. Sin saber la historia de sus auténticos orígenes, Deothriel vivió una infancia dura marcada por el trabajo para la supervivencia de sus hermanos, puesto que su padrastro hacia más bien poco por ellos. Aquellos fueron, igualmente, los años más felices de su vida; cobijada bajo la inocente mirada de un niño, los sueños poblaban su mente y era amiga de prácticamente todos los habitantes del pueblo.

Un día llegó al lugar un viejo bardo sin fuerzas para seguir viajando. Se instaló en la plaza del pueblo, donde por las tardes se dedicaba a tocar sus instrumentos a cambio de algunas monedas o comida. Deothriel pasaba horas enteras embelesada, mirándole. A pesar de que Ertuleus, el bardo, era un ser algo huraño al que le desagradaban los niños, pero a fuerza de persistencia la niña consiguió que el gnomo le mostrase su arte.

El tiempo pasaba con tranquilidad; las horas libres que la gnoma tenía las dedicaba a pescar o a estar con sus innumerables amigos, en especial con Alybber, Troilen y Hanbbetel. A pesar de que la aldea se hallaba en mitad de un bosque, no era extraño que los niños tuvieran que huir de sus zonas de juego por culpa de los pueblos humanos que rodeaban la zona; pueblos que cotidianamente desataban guerras entre sí por cuestiones de poder.

Malderus Luborum, que por aquél entonces era el jefe de Panem, murió en circunstancias extrañas. Nunca fue un líder perfecto, cometió muchos errores –entre ellos, desterrar a hombres inocentes como Lite Corde-, pero al menos subo mantener alejados a los humanos de sus tierras. En morir, más o menos cuando Deothriel hubiera cumplido los 30 años, el poder pasó a manos de su hijo Grimpell.

Por aquél entonces, viendo que su hija era lo suficientemente madura como para aceptar la realidad de su existencia, Shameil decidió contarle la historia de su nacimiento a su hija mayor. La noticia de que aquél hombre despreciable no era su padre la inundó de felicidad. Un sentimiento que se vería pronto destrozado a manos de los humanos de Khant.

Grimpell, teniendo bajo su poder el pueblo de Panem, vendió éste a los humanos, quienes no dudaron en arrasar el poblado, arrasando con todo y matando a decenas de inocentes, incluidos Shameil y Grenitel. En medio de aquél caos, muchos salieron huyendo. Deothriel reunió a sus hermanos pequeños, viendo como su padrastro, padre biológico de los pequeños, se marchaba sin decir palabra, sin querer ayudarles. Así pues, se convirtió en la responsable de cuatro críos sin un lugar donde vivir.

Sin pensarlo dos veces, viajaron hasta el poblado en el que residían sus tíos maternos, Trumblimer y Keraam, quienes se encargarían del cuidado de los niños. Durante un tiempo, la propia Deothriel pensó que sería capaz de dejar a un lado el pasado y seguir adelante con su vida. Pero había dos asuntos que no la dejaban dormir por las noches: por un lado, el hecho de que el que provocara la muerte de su madre y hermano siguiera con vida en algún lugar del mundo, un hecho que no le parecía aceptable; por otro, su desaparecido padre. ¿Cómo sería él? ¿Podría encontrarlo y presentarle a todos sus hermanos, conseguir un padre para ellos?

Así fue como un día decidió partir. No era capaz de quedarse encerrada en casa, trabajando, pensando que podría hacer mejores cosas. Venganza y deseo. Aquellos sentimientos la corroían por dentro. Y una madrugada, se marchó. Decidió cambiar su nombre; renegó del apellido Bonpantura (el de su padrastro) y camufló su identidad bajo el nombre de su padre: Lite Deothriel Corde.

Sus primeros viajes fueron cortos; solía regresar muy a menudo por casa de sus tíos para entregar el dinero que iba consiguiendo y darles noticias. Con el tiempo, los viajes se fueron haciendo más largos y las visitas más cortas. Además, cada vez que encontraba a gente de Panem les visitaba para saber cómo estaban. Encontró algunos de sus amigos de la infancia con gran alegría, sobre todo a Alybber, de la que siempre estuvo y estará enamorada.

En sus viajes encontró otros amores, otros amigos, mas todos fueron pasajeros. Su vida está entregada al cuidado de su familia, aunque sea a distancia, y sabe que no podrá descansar tranquila hasta ver muerto a Grimpell y encontrar a Lite Corde, su verdadero padre.

lunes, 25 de octubre de 2010

Existencia

jueves, 30 de septiembre de 2010

Silicona: molesta hasta en las orejas

Hoy he tenido un grave conflicto. En verdad, es algo que llevo arrastrando desde hace días pero... Hoy ha sido horrible. ¿Conocéis los famosos auriculares de silicona? Son, a mi parecer, uno de los peores inventos del mundo. De verdad.

Iba yo tan tranquilamente en el autobús dirección a la universidad cuando me ha dado por escuchar música. Lo cierto es que hace unos días ya perdí el taponcillo del auricular izquierdo de mi medida, así que tengo que llevar uno bastante más grande de lo que llevaba antes. Y, a parte de ser incomodísimo, es frustrante.

Por que mientras mi querida oreja derecha iba tranquilamente aguantando su correspondiente auricular, dejándome evadirme por completo de la realidad de un autobús a las 7.25 de la mañana, la oreja izquierda me estaba dando un pelín por culo. Y es que no hay manera de que ese auricular se quede quietecito en su sitio.

Así pues, por culpa de las siliconas resbaladizas (que encima, a la mínima que te despistas se caen y búscalas, que no las encontrarás) he sido incapaz de evadirme por completo, teniendo que conformarme con un único oído entaponado con música.

Y ¿qué le puedo hacer? Cualquiera con dos dedos de frente podría decirme que me sería muy facil comprarme unos auriculares normales y corrientes. Pero como yo también soy una chica con dos dedos de frente, ya lo he pensado. Peeeeero... Los malditos fabricantes de móviles Nokia se las han ingeniado para fastidiarte del todo.

Y es que estos móviles son tan pijos que si le metes otros pinganillos, se escucha un desagradable ruido de fondo. Malditos sean... *agita el puño en el aire*

Terminaré volviendo al viejo MP3 roto y sin pantalla con capacidad sólo para 100 canciones.

martes, 28 de septiembre de 2010

El terror de los profesores

Hoy, en clase de latín, he descubierto que el peor problema al que tienen que enfrentarse los profesores no es nada de lo que se suele decir. Ni los alumnos, ni los alumnos de 1º de la ESO con portátiles, ni que la máquina de café se averíe, ni que pierdan el solucionario a la hora de corregir un examen.

El peor problema al que se tienen que enfrentar los profesores es... La luz. Sí, parece algo estúpido, pero es tremendamente horrible.

Durante el instituto, todos los profesores que pasaron por mis clases se enfrentaron a dicho problema de una manera más calmada y remediable; persianas ajustables, cambios de aula, posibilidad de combinar las luces… Pero en la universidad es todo distinto.

Situémonos. Nos encontramos en una clase enorme, con capacidad para más de cien alumnos. Tan solo hay ventanas en uno de los laterales de la clase, pero estas permanecen con las persianas bajadas ante las posibles proyecciones que se realicen en la sala. Las persianas no se suben. Al ser una clase tan enorme, si encendemos x luz, los de la izquierda no verán, pero si encendemos x otra, los de atrás tampoco verán, ya que las luces se reflejan.

Y ante tales expectativas –alumnos gritando, dolor muscular por un excesivo estiramiento del brazo para llegar a los interruptores, estrés generado por la cantidad de peticiones recibidas en un segundo-. El profesor opta por cortar por lo sano y tomar la decisión más sencilla para él y más engorrosa para el estudiante: Dictar los apuntes.